La vida transcurre tranquila por la esquina de Charrúa y Coronel Alegre, en el barrio de Pocitos, Montevideo. Los niños marchan a la escuela, las señoras hacen sus compras y los taxistas la cruzan sin saber que están transitando un sitio histórico en la historia del fútbol.
Algunos de los vecinos tienen una vaga referencia: saben que allí se encontraba una estación terminal de tranvías. Es verdad: hasta 1906 los tranvías montevideanos era tirados por caballos y al lado de las estaciones solía haber un campito para que los animales descansaran y pastaran. Pero cuando la electricidad comenzó a alimentar a este popular transporte, el gran predio de Pocitos perdió sentido. La empresa de tranvías se lo ofreció al club Peñarol para que erigiera allí su estadio.
Así, en 1921 el equipo aurinegro estrenó su humilde cancha, diseñada con astucia por el arquitecto Juan Antonio Scasso, para aprovechar el terreno que se abría en diagonal desde el cruce de Rivera y Pereira.
Este pequeño estadio desde luego no era el tipo de construcción gigantesca que se consideraría necesaria para la inauguración de una Copa Mundial a día de hoy, y de hecho, tampoco lo era en 1930. Cuando el Congreso de la FIFA celebrado en Barcelona en 1929 determinó que la primera Copa Mundial se disputase en Uruguay, el gobierno decidió construir el magnífico estadio Centenario. Pero desde la comunicación oficial a la fecha de comienzo del torneo hubo solamente 12 meses para levantarlo. Entre planos, permisos y preparativos, las obras comenzaron en septiembre de 1929. Y aunque se trabajaba las 24 horas con inmensos reflectores, las lluvias del otoño austral obligaban a detener las tareas. El tiempo se agotaba.
Cuando las autoridades uruguayas entendieron que era imposible abrir las puertas del Centenario el 13 de julio, trasladaron los dos partidos que comenzarían la Copa a las modestas canchas de Nacional y Peñarol, en el Parque Central y Pocitos, respectivamente. La inauguración oficial del Centenario quedó para el match Uruguay-Perú, el 18 de julio, día del centésimo aniversario de la Jura de la Constitución. El resto de encuentros del torneo se celebraron, tal como estaba planeado, en el Centenario.
La historia resurge
Los testimonios dicen que aquel 13 de julio la tarde estaba muy fría y que apenas si llegaba a las mil personas la concurrencia en Pocitos para ver Francia – México. A las 15 horas el árbitro uruguayo Domingo Lombardi hizo sonar su silbato para que Felipe Rosas, centrodelantero del Atlante de México, impulsase el balón por primera vez. Seguramente ninguno de los protagonistas lo sabía, pero estaban dando inicio a la historia más apasionante, la que en pocas décadas atraparía al planeta entero.
Otro hecho único ocurrió al minuto 19, cuando el francés Lucien Laurent recibió un centro de Ernest Liberati y sentenció con una bolea al arquero azteca Oscar Bonfiglio. Era el primer gol de la historia de la Copa Mundial, el primero de los 2,063 que se suman hasta hoy. Finalmente los franceses vencieron 4-1 y se retiraron de la cancha cantando La Marsellesa.
Hasta aquí la historia conocida. El Parque Central se mantiene en el mismo lugar que hace ocho décadas, pero el Field de Pocitos fue devorado por el avance de la ciudad, por el progreso, en una bonita zona de la capital uruguaya, cercana a la Rambla. Pero en 1933 Peñarol dejó el Field de Pocitos, en 1937 se trazaron las calles y en los años 40 la urbanización ya había sepultado aquel histórico terreno.
Los uruguayos aman su rica historia futbolística y tienen un importante Museo del Fútbol bajo las tribunas del Centenario. Pero nadie parecía preguntarse por la vieja cancha de Peñarol, donde rodó la primera pelota mundialista. Fue entonces que el arquitecto Enrique Benech decidió emprender una pesada investigación, digna de un arqueólogo: determinar con exactitud dónde estaba la cancha; encontrar bajo el asfalto y bajo las casas el punto central y el lugar donde estaba el arco de aquel gol inaugural de Laurent. Se integraron al equipo Juan Capelán, Eduardo Rivas, y otros colaboradores en diversas áreas.
¿Con qué elementos contaba? Pocos. No quedan registros de planos en la Intendencia Municipal de Montevideo ni en el Instituto de Historia de la Facultad de Arquitectura. Tampoco está guardada la memoria del club Peñarol correspondiente a la construcción de las tribunas. ¿Y en la Biblioteca Nacional? Nada. Ni siquiera en la vieja estación Pocitos le pudieron ayudar: solamente guardaban dos fotos del tranvía 35.
Hasta que Benech y su equipo tuvieron acceso a una fotografía aérea de 1926 en la que se veía toda la cancha con una pequeña tribuna techada, junto a un córner. Era un dato. Superponiendo planos y fotografías podrían aproximarse al lugar en el que estaba el campo de juego pero: ¿en cuál de los dos arcos marcó Laurent su gol?
Había que buscar documentos, hallar un plano, encontrar un permiso municipal, al menos una referencia oral o escrita confiable. No existía el GPS en los años 20, si no todo hubiese sido más fácil. El plano de fraccionamiento del terreno realizado por los agrimensores Alberto de Artega (padre e hijo) en diciembre de 1941 sumó datos. “Este plano nos define con total precisión los límites del predio, que se visualizan hoy claramente transformados en medianeras edilicias”, explica el Arq. Benech en su estudio de Montevideo. El entusiasmo era incontenible. La Brigada de Sensores Aeroespaciales de la Fuerza Aérea Uruguaya suministró cuatro ampliaciones de esa foto aérea de 1926. La cancha, de 109 x 73 metros surgía entre las edificaciones actuales como una foto en el líquido revelador.
Recuerdos de infancia
El resultado de la paciente investigación fue presentado en el estadio Centenario. Allí, entre los concurrentes estaba Raúl Barbero, que en 1930 tenía 12 años y concurrió a ese partido junto a un tío. De niño ya quería ser periodista y, junto a su amigo Hugo Alfaro, hacía una revista deportiva escrita a mano en hojas escolares y con fotos recortadas de otras revistas, prolijamente pegadas. La llamaron Centenario Sport. Llegaba la Copa Mundial y decidieron hacer una “edición especial”, por lo que necesitaban “cubrir” todo lo concerniente al torneo. Y, por supuesto, debían estar en los dos partidos que abrirían el campeonato a la misma hora. Hicieron un sorteo y a Raúl le tocó en suerte ir a Pocitos. La revista tenía una circulación muy limitada: hacían solamente un ejemplar que prestaban a los niños del barrio “bajo juramento de devolución a los fundadores, directores, redactores, administradores, editores y distribuidores. Nosotros dos, obvio”, según le contó con humor al diario El País cuando se cumplieron 75 años.
Tres cuartos de siglo después los recuerdos de Barbero pueden volverse imprecisos, pero no olvidó el frío de la tarde ni aquel primer gol francés. Tenía en sus manos la única fotografía que se conserva, esa que permite determinar que el gol fue en el arco norte, hoy tapado mitad por la vereda y mitad dentro de la casa que lleva el número 1324 de la calle Coronel Alegre.
En este escenario atípico, se necesitó de un evento tan mundano como la muerte de un animal de compañía para confirmar la exactitud de los cálculos del equipo investigador.
El Arq. Benech y su equipo lograron que una familia, doblando la esquina, autorizara a excavar en su predio. Tenían una pista: “un matrimonio que vive en la calle Charrúa quiso enterrar en su jardín a su perrito que había muerto. La pala encontraba resistencia en la tierra: allí hallaron parte de la estructura del estadio de Peñarol”. Y en esa cuadra, en los patios de las casas de algunos vecinos quedan restos del antiguo talud del estadio, un terraplén que oficiaba de precaria tribuna. El lugar del viejo estadio en la historia parece haber sido igual de precario antes de que Benech comenzara su excavación metafórica. Pero gracias al entusiasmo de su equipo, al descubrimiento de viejas fotografías, los recuerdos de infancia de un anciano, y a la muerte de un animal, el primer gol mundialista de la historia tiene ya un lugar físico. El misterio se había terminado… Allí fue implantada una escultura que recuerda la portería que le tocó defender al arquero mexicano. Pero si los franceses tienen el honor del primer gol, a México nadie le quitará la distinción de haber puesto en marcha esta inmensa historia. Y un monolito señala también ese punto central donde todo comenzó, a un par de metro de un lavadero de ropa, junto a los autos estacionados en la acera.
Marco Materazzi marcó en Berlín el último gol de la historia de los mundiales. En unos días, en Sudáfrica ese dato caducará. Pero el que permanecerá por siempre inalterado es aquel zapatazo de Laurent, ese que se seguirá gritando en francés en la silenciosa y tranquila tarde del barrio de Pocitos, en la lejana Montevideo.
Citas:
Este pequeño estadio desde luego no era el tipo de construcción gigantesca que se consideraría necesaria para la inauguración de una Copa Mundial a día de hoy, y de hecho, tampoco lo era en 1930
Seguramente ninguno de los protagonistas lo sabía, pero estaban dando inicio a la historia más apasionante, la que en pocas décadas atraparía al planeta entero
Ni siquiera en la vieja estación Pocitos le pudieron ayudar: solamente guardaban dos fotos del Tranvía 35
